Servín

Algarabía ausente en las oficinas de desempleados, tan necesaria para entender que éramos mayoría atrancada en el olvido.

Cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse.
Truman Capote

El talón de hierro forma parte del cuarteto de novelas clásicas de ciencia ficción que vaticinan el peligro de los regímenes totalitarios: Nosotros de Evgueni I. Zamyatin (1920); Brave New World de Aldous Huxley (1932) y 1984 de George Orwell, publicada en 1949. Cada una a su modo, niega la fe en un mundo cada vez mejor gracias a la ciencia y la tecnología. Las imágenes apocalípticas del futuro que se han introducido en la conciencia popular se deben a estas novelas.

La muerte era tan tediosa. Eso era lo peor de la muerte. Era tediosa. Una vez que sucedía no había nada que hacer. No podías jugar al tenis con ella ni convertirla en una caja de bombones. Estaba allí, como una llanta desinflanda. La muerte era estúpida.
Charles Bukowski: La muerte del padre

Primeras versiones de estas crónicas y perfiles aparecieron durante los últimos doce años en las siguientes publicaciones: revista Nitro, suplemento “El Ángel” de Reforma, La Crónica de hoy, Letras Libres, Nexos, “Ovaciones en la Cultura”, Día Siete, Replicante, revista Generación, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, suplemento “Posdata” de El Independiente, revista Equis y Cuadernos de Periodismo Gonzo.
Si los escritores no tuviéramos editores en quien confiar, ningún intento por escribir valdría la pena. Tengo la fortuna de que las siguientes personas se hayan convertido también en mis amigos: Sergio González Rodríguez, Fernanda Solórzano, Miguel Ángel Quemain, Carlos Martínez Rentería, Alejandro Páez Varela, Héctor de Mauleón, Mauricio Bares, Luis Alberto Ayala Blanco, Rogelio Villarreal, Braulio Peralta, Rafael Pérez Gay y Ciro Murayama.
¡Postre o Muerte!

Escribir desde la ironía, desde la rabia, el desafío, el desamparo y la deriva. Vivir el aquí y el ahora llevando a cuestas todo aquello. A los autores y músicos que aparecen en este libro los identifica lo azaroso de su vocación, lo insospechado de su reconocimiento público, lo trascendente de su obra desde la heterodoxia.

El ex balneario Olímpico es el único lugar en el DF donde The Ramones podían sentirse a gusto (no los imagino tocando en el Auditorio Nacional). El ataque epiléptico no tardó en comenzar. Las convulsiones de Aquelarre y Yaps hicieron saber a una legión de equilibristas con apariencia estrambótica y alma de bonzo que con tal de no aprender a tocar sus instrumentos, están dispuestos a oírse menos rítmicos que un taladro perforando granito.

Tijuana propone una ruptura temporal y espacial de nuestra percepción del presente y el futuro. ¿Dónde estamos? Una suerte de solipsismo hace divagar las nociones de lo que solemos llamar “realidad”. No sé quién es quién ni me preocupa, sólo busco integrarme al desarraigo colectivo. Horas después el sonsonete Nortec me sigue a donde voy. De la avenida Revolución a la Coahuila y de ahí al Zacazonapan: piquera literalmente subterránea donde Grand Funk, The Doors, tamboras, metales gruperos y narcocorridos marcan líneas de cristal en mi evanescente conciencia de lo que soy en mi trasnochada ruta al aeropuerto con vuelo DF-París y de nuevo DF tres semanas después.

Tijuana no es un infierno, es la tierra prometida a nuestra urgencia de destino

La idealización del rechazo al status quo sigue teniendo en el rock uno de sus estandartes más usados pese a que los hechos demuestran que es sólo otra industria que permite hacer dinero en serio. Ésa es la más grande enseñanza de la Historia: se puede vender la utopía con sentido empresarial sin que nadie se sienta defraudado.

Qué otras evidencias se necesitan para afirmar que un ídolo se convierte en mito gracias a su muerte escandalosa, porque es una muerte del imaginario popular. Esta adhesión a símbolos mundanos llena un vacío espiritual