La escopeta se me deslizó hasta el suelo; me había olvidado de todo y devoraba con los ojos aquel talle grácil, aquel cuello esbelto, aquellas lindas manos, aquellos cabellos rubios ligeramente revueltos bajo el pañuelo blanco, aquellos ojos inteligentes, entornados, aquellas cejas y aquellas mejillas aterciopeladas...
-Dígame usted, joven, ¿le parece correcto mirar así a una señorita a la que no conoce? dijo de pronto una voz, muy cerca de mí. Me sobresalté y quedé de una pieza... Un