Por eso, en el mito bíblico, el ser humano (adam), para adquirir un vínculo con el Otro (Eva), debe antes que nada ser extraído de sí mismo, debe estar dispuesto a perder una parte de sí mismo (la famosa «costilla»), debe exponerse a su propia carencia y a la dinámica del deseo que lo conduce hacia el otro desde sí mismo.