El otro día —continué—, en un programa de radio, hablaban de palabras que no están en el diccionario. La idea era proponer a la Real Academia de la Lengua que las incorporase. Un oyente llamó y dijo algo interesante. Tenemos términos para definir a un niño que ha perdido a sus padres, que son los huérfanos. O para un marido a quien se le muere la esposa, como es el caso de la viudedad. Pero no hay una sola palabra referente a los padres que han perdido a sus hijos.
Se mantuvo el silencio. Inés parecía comprender.
—No tenemos nombre. No hay una palabra que nos defina. Y eso hace que me sienta aún más solo.
Miré hacia la pared. Escuché la respiración de Inés, tan cerca y tan lejos. Pensé que, quizá, la mejor palabra para definirnos sería «desesperados». Y una persona así es capaz de cualquier cosa.