En una sociedad rígidamente jerárquica, donde la fortuna de un individuo estaba estrechamente ligada a la de su familia y a la de sus amistades, la cultura mundana había introducido un nuevo criterio de juicio, basado en el simple reconocimiento del mérito personal. No era fácil, pero podía ocurrir que una reputación brillante sirviese, a falta del pleno derecho de ciudadanía, de pasaporte eficaz para tener acceso al mundo de los privilegiados y probar suerte.