Cuando veo un pájaro atrapado o herido siento que mi corazón se hace pequeño, se aprieta, se aliviana, revolotea, trata de salirse del pecho. Se convierte en pájaro. Siento que mis manos tienen el tamaño justo para atraparlo y ayudarlo, y al mismo tiempo son demasiado grandes, demasiado bruscas, con suficiente fuerza para aplastarlo, para quebrarle los huesos de las alas sin querer.