Mi amor por ella era un organismo vivo, pesado y palpitante, y me hacía volverme loco, ansioso y hambriento. Odiaba verla angustiada y temerosa. Odiaba ver su reacción de tristeza ante mi enfado, pero era aún peor saber que tenía el poder de romperme el corazón y tenía muy poca experiencia en manejarlo con cuidado. Yo estaba completamente a su merced, con toda su torpeza y falta de experiencia.