Hay personas que solo se mojan los pies en una piscina o apenas flotan. Sin embargo, hay tanto para hacer allí. Puedes zambullirte, nadar, jugar, sumergirte en las profundidades, entrenarte, fortalecer tus músculos y habilidades, enseñar a otros a nadar, improvisar nuevos estilos, relajar tu cuerpo, descansar, y la lista es interminable. Lo mismo sucede en la Presencia de Dios. Algunos se aburren porque no saben cómo moverse allí. Pero viene el tiempo donde desarrollaremos tantas habilidades en su Presencia que nos convertiremos en ágiles nadadores espirituales que invitan a otros a sus aguas transformadoras.