Esa falta de personalidad hace que se juzgue con doble rasero cualquier comentario o acción dependiendo de la persona que lo diga o haga. Si yo digo que escucho a Chuck Berry, resulta que es una puta mierda, porque, aunque la historia de la música popular lo respalde, unos cuantos iluminados le van a poner la cruz con el poder que les da su «sabiduría». Pero si, por el contrario, el que dice que lo escucha es Robert, que es el puto jefe, de repente, Chuck Berry pasa a ser una vaca sagrada, e incluso quizás llegue a ser favorito indiscutible de esos mismos iluminados que lo habían crucificado.