Se sentía como un farsante. «No soy tan bueno como creéis», quería avisar a sus amigos. Sus fracasos, como el de esa noche, parecían corroborarlo. Tal vez por ese motivo le había cogido miedo a ahogarse. No era tanto el hecho de asfixiarse en la tierra o en el mar, sino la sensación de estar hundiéndose en un exceso de expectativas, unas honduras de las que no podía salir.