Al final de una conferencia en que Whitman ha cantado vibrantemente la fraternidad universal, la joven antropóloga Louise Waterman le hace conocer el genocidio que los colonos de su propia comunidad están llevando con rigor sistemático contra los integrantes aborígenes del pueblo yana, de extraordinaria riqueza cultural y antropológica por la naturaleza de su estilo de vida. El gran poeta, desolado, le pide a su interlocutora que narre esa historia para que todos la abominen.