«Y porque ahora tiene otra mujer». A Margarida se le revolvió el pecho como un nido de víboras y le llegó una vaharada de partes bajas, de pies, de putrefacción, de decadencia y de cabra. Que Dios la perdone. Que Dios la perdone porque, en vez de santiguarse, en vez de tirarle piedras, puñados de nieve helada, en vez de perseguirlo como a un perro, de llamarlo a voces, «¡Asesino cobarde, alimaña traidora, buitre!, ¡gavilán!, ¡enemigo!, ¡ladrón!, ¡fuera!, ¡fuera!», y de abrir el corazón al Señor, a la Virgen y a los ángeles suplicando que la salvaran, lo escuchó.