Pero durante mucho tiempo Amos sintió remordimientos al unirse a la hora de la comida al resto de miembros del kibutz. Almorzaba al lado de gente que llegaba sudada de trabajar; uno había ordeñado treinta vacas, otro había arado dos hectáreas, y Oz rezaba a dios para que nadie descubriera que él, en toda una mañana encerrado, había escrito solo seis líneas. Y, de esas seis líneas, había tachado tres.