Como las flores del árbol africano, cada historia de este libro despide un delicado aroma, suave pero intenso, que intuye y comprende los contrasentidos de la vida. Los relatos están transidos de humanidad y de una cierta ternura que a veces, como la vida misma, roza la crueldad y el absurdo, como un cartón mal pintado. Sin embargo, y pese a las desgarraduras del alma, los textos destilan una bruma de mar en calma, un celaje poético que todo lo impregna y que nos invade. Sin pretensiones, sin justificaciones, nos hace salir de la lectura, perturbados por el prodigio de la narración.
Sus personajes hacen posible que nos reconozcamos en ellos, porque nos aúna una parecida psicología, más allá de las fronteras del tiempo y del lugar en que a cada uno nos toca vivir.
La tía le había contado del peregrinar ancestral de su pueblo en busca de algún lugar donde echar raíces y parir hijos, escribe Nadia Isasa, con un tono mítico que, por fortuna, profana la ficción contemporánea. Realidad y ficción son una misma cosa al fin. Porque ambas se contienen, porque ambas se retroalimentan la una de la otra. De este modo lo defiende esta autora en sus narraciones a través de los cristales del caleidoscopio con el que observa. Lo legendario y lo contemporáneo, lo cotidiano y lo mítico conviven en el imaginario individual y colectivo de estos cuentos.