El utilitarista, los filósofos lo saben, desciende en línea directa de Jeremy Bentham, pensador considerable, y de John Stuart Mill, para quienes el principio de utilidad, es decir, la mayor felicidad del mayor número, es la base fundamental de la filosofía ética. Deontología (1834), del primero, El utilitarismo (1838), del segundo, sientan las bases de este sólido pensamiento, pero absolutamente dejado de lado por los partidarios de la tradición idealista. Entre los anglosajones no se da el pensamiento nebuloso, sino una filosofía clara, precisa, legible, desprovista de todo a priori metafísico y, sobre todo, pecado mortal para la casta institucional, de sabiduría capaz incluso de producir efectos en la vida cotidiana, hasta en la realidad más trivial.