Apoyada en la mesa, Mileva espera a que hierva el agua para el té. Mientras da vueltas a la situación con el deseo de que Albert no hubiese escrito jamás esas repugnantes Condiciones, dentro de sí conserva una esperanza ingenua –ahora sin sentido– de que todavía se pueda arreglar la relación. ¿Está intentando justificar a Albert? Sí. Porque, en caso contrario, ¿cómo se justificaría a sí misma por haber vivido tanto tiempo con él? Con un hombre que ahora se dirige a ella de forma tan denigrante. Al cabo de tantos años juntos, Mileva es consciente de que su relación se basaba en la afinidad de intereses, la confianza y el apoyo, pero también en la inseguridad e inexperiencia de Albert con las mujeres cuando era joven. Mileva necesitó tiempo para convencerse de que Albert se había convertido en un hombre cuyo apetito sexual crecía a la par que su éxito. Su apoyo cada vez le importaba menos. Recuerda cómo, en la carta que envió a un amigo, ella misma escribió: Espero y deseo que la fama no influya decisivamente en su humanidad.*