El fascismo de los antifascistas

como normalidad, como codificación del trasfondo brutalmente egoísta de una sociedad».

nuevo Poder todavía carente de rostro: por ejemplo, su rechazo del viejo reaccionarismo y el viejo clericalismo, su decisión de abandonar la Iglesia, su determinación (coronada con el éxito) de transformar a los campesinos y los subproletarios en pequeños burgueses, y, sobre todo, su afán, por así decir, cósmico de llevar el «Desarrollo» hasta sus últimas consecuencias: producir y consumir

Hoy en día –casi de sopetón, como en una especie de Adviento–, la distinción y la unificación histórica han cedido el paso a una homogeneización que, de un modo casi milagroso, hace realidad el sueño interclasista del viejo Poder. ¿A qué se debe esta homogeneización? Evidentemente, a un nuevo Poder

Qué es la cultura de un país? La creencia habitual, incluso entre las personas cultas, es que se trata de la cultura de los científicos, los políticos, los profesores, los literatos, los cineastas, etc.: es decir, la cultura de la inteliguentsia. Sin embargo, eso no es así. No se trata tampoco de la cultura de la clase dominante, que precisamente a través de la lucha de clases intenta imponerla, al menos en un sentido formal. Tampoco se trata, en fin, de la cultura de la clase dominada, es decir, la cultura popular de los obreros y los campesinos. La cultura de un país es el conjunto de todas estas culturas de clase: es la media de estas

Por lo que respecta a los extremistas, la homogeneización es aún más radical.

La homogeneización «cultural» que de ello ha derivado nos afecta a todos: pueblo y burguesía, obreros y subproletarios. El contexto social ha mutado en el sentido de que se ha unificado de manera extrema.

Que os salgan hijos fascistas, que os destruyan con las ideas nacidas de vuestras ideas, con el odio nacido de vuestro odio.

Ser laico, liberal, no significa nada cuando se halla ausente esa fuerza moral que permite vencer la tentación de ser partícipe de un mundo que en apariencia funciona, con sus leyes tentadoras y crueles. No hay que ser fuerte para enfrentarse al fascismo en sus manifestaciones delirantes y ridículas: hay que ser fortísimo para enfrentarse al fascismo como normalidad, como codificación, diría yo, alegre, mundana, socialmente elegida, del fondo brutalmente egoísta de una sociedad

Ser laico, liberal, no significa nada cuando se halla ausente esa fuerza moral que permite vencer la tentación de ser partícipe de un mundo que en apariencia funciona, con sus leyes tentadoras y crueles

El éxito es, para una vida moral y sentimental, algo horrendo, y punto