Parecía un buen hombre, de aspecto afable, y no dejaba de sonreírme; en fin, que no le apetecía estar solo. A mí tampoco me apetecía estar solo, pero de qué podíamos conversar si yo solo hablo búlgaro y un poco de valaco. De todos modos, le empecé a hablar en búlgaro, quién sabe, a lo mejor hablaba un poco, hay gente para todo. Pregunté de dónde era el señor, si entendía nuestro idioma. Y le di las gracias por el cigarrillo. Él se limitó a asentir con la cabeza y me dio una palmadita afectuosa en el hombro. Yo en ese momento ya lo tenía calado y sabía que no entendía ni una palabra de nuestro idioma, pero por alguna razón no quería delatarse. Eso es asunto suyo, pensé, tal vez le daba miedo perder mi compañía.