Me quedé parado tanto tiempo en el patio, con el sol dándome en la cabeza, viéndola, que dejé de pensar en cualquier cosa, azorado. Cuando me di cuenta de la cara de tarado que debía tener, fui a buscar la pala que estaba entre los tanques de gas. Regresé con ella, junté valor, respiré hondo, y la descargué infinidad de veces contra la tela, sobre el cuerpo peludo y asqueroso que me jodía, esperando tronarle algo, la espina, la cabeza, las patas, el estómago, primero con la fuerza que da la desesperación, y luego con la terquedad que otorga sentirse frustrado, burlado por el universo.