Cuando, en un relato titulado «Los asesinatos de la rue Morgue» intenté, hace aproximadamente un año, describir las sorprendentes características de la mentalidad de mi amigo, el chevalier Auguste Dupin, no se me ocurrió pensar que alguna vez tendría que retomar el caso. La descripción de su temperamento era mi objetivo, y éste se alcanzó con éxito con la cadena de crueles circunstancias que expuse para evidenciar la idiosincrasia de Dupin. Podría haber aportado otros ejemplos, pero no habría demostrado mucho más. Acontecimientos recientes, no obstante, me han proporcionado, con su sorprendente desarrollo, nuevos datos que tendrán la apariencia de una confesión obtenida por la fuerza.