«¿Será posible que sea hoy? —me preguntaba a mí misma sin poder creer en mi felicidad—. ¿Será posible que mañana ya no despierte aquí, sino en Nikólskoe, en una casa ajena, con pilares? ¿Será posible que ya no vuelva a esperarlo y a recibirlo, ni vuelva a pasar las tardes y las noches conversando de él con Katia? ¿Que no vuelva a sentarme con él al piano en la sala de Pokróvskoe? ¿Que no vuelva a acompañarlo a la puerta y a temer por él en las noches oscuras?». Pero recordé que la víspera él había dicho que llegaba por última vez, y Katia me había obligado a probarme el vestido de novia y había dicho: «Para mañana»; y entonces, por un instante, conseguí creerlo y luego dudé de nuevo. «¿Será posible que a partir de hoy vaya a vivir allá, con una suegra, sin Nadezhda, sin el viejo Grigori, sin Katia? ¿Que ya no vaya por la noche a dar un beso al aya y a oír cómo ella, siguiendo una vieja costumbre, después de darme la bendición, me dice: “Buenas noches, señorita”? ¿Será posible que no vuelva a ayudar a Sonia a estudiar, ni a jugar con ella, ni a golpear con los nudillos su pared por las mañanas y a oír sus sonoras carcajadas? ¿Será posible que hoy me convierta en una persona ajena a mí misma y se abra frente a mí una nueva vida en la que mis esperanzas y mis deseos se realicen? ¿Será posible que esta nueva vida sea para siempre?». Y esperaba su llegada con impaciencia, y qué difícil era para mí estar sola con estos pensamientos.