El rey malvado

Si tú eres la enfermedad, supongo que no puedes ser la cura al mismo tiempo.

Te odio —susurro al contacto de sus labios—. Te odio tanto que a veces no puedo pensar en otra cosa.

—De momento, acepta este manjar, aunque no sea digno de una reina de Faerie en el exilio

«Es mucho más fácil conseguir poder que aferrarse a él».

«cuando el juego acaba, el rey y el peón vuelven a la misma caja».

Cogiéndome de la mano, Cardan me pone el anillo. El intercambio de anillos no es un ritual feérico, así que me pilla desprevenida.

Cardan se inclina hacia delante en su asiento, con las cejas enarcadas, pero no con su acostumbrado gesto arrogante. No logro descifrar su expresión.

—¿A qué estás accediendo?

—Está bien —respondo—. Lo haré. Me casaré contigo.

Cardan niega con la cabeza, riendo.

—Si accedes, me casaré contigo esta noche —dice—. Ahora, incluso. Aquí mismo. Intercambiamos votos y listo. Esto no es un matrimonio mortal, que requiere testigos y alguien que lo presida. No puedo mentir. No puedo negarte

Cásate conmigo —dice—. Conviértete en la reina de Elfhame.

—Eso es una respuesta —replico.

—¿Tú crees? —Y después añade—: Deberías irte.

—¿Por qué? —pregunto, molesta.

Para empezar, estamos en mi cuarto. Y para rematar, estoy intentando mantenerle con vida. Cardan me mira con solemnidad y dice:

—Porque voy a vomitar.