La importancia de la novela

Esa es la razón por la que las novelas de Dostoievski se leen tan bien todavía, porque, en ellas, la relación entre las ideas abstractas y puras y la realidad caótica, imprevisible y dirigida por los sentimientos es la fuerza motriz, la estrategia del pensamiento.

Opinar sobre algo es tomar el control sobre ello. Es algo activo. Para estar cerca de algo y llenarse de ello, se exige lo contrario: porque se trata de dejarse ir, y eso es algo pasivo. La diferencia entre tener una opinión sobre algo y estar cerca de algo es la misma que entre ocupar espacio y dar espacio. No cabe duda de que lo primero tiene prioridad en nuestra cultura, y que lo pasivo, el no actuar, no está bien visto

Desde dentro: ese es el lugar de la novela, a diferencia del periodismo, por ejemplo, que siempre ve las cosas desde fuera y siempre encierra lo visto en un determinado relato, sin dejarlo nunca abierto.

Tanto Joyce como Woolf se meten debajo del relato para expandir el breve tiempo que dura. ¿Por qué? Porque es ahí donde vivimos. Lo que nos define, lo que decide lo que vemos, lo que creemos, lo que pensamos y sabemos del mundo que nos rodea, nos viene de fuera, y suele estar organizado en forma de relato.

Para Lawrence, todo tiene que ver con acercarse a los sentimientos, que están descritos como algo en sí mismos –depresión, dolor–, se extienden en el tiempo y son abstractos.

Pero, mientras Lawrence recurría al relato para lograrlo, para los otros tres, el relato era un impedimento, algo que apartaba a la novela de la realidad y que por tanto había que superar, lo que condujo a una especie de explosión en lo formal.

El papel de la novela ha sido siempre el de moverse por debajo de esos grandes relatos, resquebrajarlos, formal y temáticamente, para así acercarse a la experiencia concreta de la realidad.

Eso es lo que hace la novela: mete cualquier idea abstracta sobre la vida, sea de carácter político, filosófico o científico, dentro de la esfera de lo humano, donde ya no está sola, sino que se golpea contra una miríada de impresiones, pensamientos, sentimientos y actos.

Para Lawrence, la vida era una oleada, ingobernable, imprevisible y en constante cambio. Todo lo que impedía el cambio, es decir, lo acabado, lo definido, lo categorizado, lo absoluto, iba en contra de la vida. De manera que toda rutina, todo plan, todo sistema ordenado era una especie de muerte en vida.

La razón, escribió, es que la novela es incapaz de lo absoluto.