. Y entonces, entrando por las puertas abiertas de la iglesia, vio a Marianne. Sabía que tenía pensado volver de Suecia para el funeral. Se la veía muy pálida y delgada allí en el umbral, con un abrigo negro y un paraguas mojado en las manos. No la había visto desde Italia. Parecía, pensó, casi frágil. Fue a dejar el paraguas en el paragüero.
Marianne, dijo.
Lo dijo en voz alta sin pensar. Ella levantó la mirada y lo vio. La cara de Marianne era como una florecilla blanca. Le echó los brazos al cuello y Connell la estrechó con fuerza. Pudo oler el interior de su casa en la ropa. La última vez que la había visto todo era normal. Rob seguía vivo, Connell podría haberle enviado un mensaje, o incluso podría haberle llamado y hablado con él por teléfono, entonces era posible, habría sido posible. Marianne le acarició la cabeza por detrás. Todo el mundo los estaba mirando, lo notaba. Cuando supieron que no podían alargarlo más, se separaron. Helen le dio unas palmaditas en el brazo.