de colocarlos en su sitio. En lugar de la imagen de una mujer conquistadora, fuerte, que planta cara a los hombres, se difunde la imagen de una feminidad impotente, sin control de su suerte. Una feminidad débil, desarmada, que exige ante todo ser protegida contra todo lo que puede ser ofensivo. De tal forma que, en lugar de ayudar a las mujeres a defenderse por sí mismas in situ, de incitarlas a responder directamente a los comportamientos masculinos que las agreden, el nuevo espíritu feminista desarrolla una cultura del resentimiento y la victimización, refuerza el estereotipo de la feminidad débil, vulnerable, sin defensa, cuyo único poder es el de denunciar a posteriori y en las redes la agresividad masculina.