El pacto de ficción de la fotografía, ese que nos conduce a imaginar que la foto es un duplicado del mundo, nos instiga a percibir que estas vetas de gris y blanco son fuego. Es tal la potencia del pacto, que incluso duele ver esta imagen. Casi se escucha el fuego, casi olemos la gasolina que salió del bidón que la contuvo, casi oímos el cuerpo moverse ligeramente entre las llamas. Sentimos la llamarada en el aire. No podemos acercarnos. Quema. Esta imagen contiene un engaño doble: nos hace creer que la muerte constituye un instante y construye la fantasía de que el fuego gris es llama viva. La foto nos empuja a la simulación. No podemos percibir la verdad de este cuerpo ígneo. Sólo tenemos fragmentos. Cortes. Suspensiones. Sólo podemos explorar la fotografía dentro de sus propios límites.