Quienes se resisten a trabajar, con independencia de cómo elijamos definirlos, no tienen ninguna misión general, ninguna voz pública, y ninguna unidad real, más allá de su conjunto de experiencias común. Personifican una desilusión cultural con el trabajo que no ha encontrado aún expresión colectiva o aceptación política, y aún está por ver si la creciente desafección al estilo de vida basado en el trabajo y el gasto podrá traducirse en una verdadera alternativa social