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Universidad Veracruzana

  • Gaby TeDehas quoted12 hours ago
    No sabemos qué queremos cuando la soledad ha sido nuestra sombra.
    —¡La soledad es mi fuerza! Por eso vivo aún, porque sólo tengo una espalda que cuidar.
  • Gaby TeDehas quoted12 hours ago
    El campo con toda su belleza y su obstinación parecía querer asaltarla a cada rato hasta hacerla suya: regimientos de girasoles la sitiaban, y reptantes avanzadas de nomeolvides realizaban imprevistas apariciones en los huecos que dejaba el empedrado de la calle.
  • Gaby TeDehas quoted11 hours ago
    La lluvia enclaustra a los niños, por la obediencia y los catarros; mas no así a los mayores que caminan por calles o parques, con o sin paraguas, al paso habitual; la lluvia es parte de ellos y la evitan solamente cuando los aguaceros se vuelven torrenciales y convierten las calles en ríos.
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Hay que contar la historia de las derrotas.

    R
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Si quiero escribir sobre los hombres,
    ¿cómo apartarme del paisaje?
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia.
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Caldas pasa de la perplejidad al terror. Desde la ventana, ve la llegada de los soldados. La alternativa de la fuga es un camino que se cierra por todas partes. Escucha el revuelo de la servidumbre en las habitaciones de la casa. Unas puertas se abren, otras se cierran. Voces de alarma provienen de los corredores externos.
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Caldas y sus amigos se lanzan tras la indígena. Alcanzan una de las ventanas traseras y se adentran en el bosque. Matilde, pese a sus muchos años, camina con esa agilidad propia de los nativos que Caldas siempre ha envidiado.
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Poco después surgen cantos de pájaros, zumbidos de insectos, movimientos de ramas.
  • Lila en septiembrehas quotedlast year
    Hay varias orquídeas que Caldas supone de la familia de las masdevallias. Están encaramadas en las encrucijadas de unos troncos. Son pequeñas, de color violáceo y se suspenden en el aire con languidez. Caldas las observa durante segundos. Toma distancia. Se acerca. Las mira desde diferentes perspectivas. Las flores van cambiando de rostro cuando son observadas, piensa. Luego las roza con las yemas de los dedos y aspira su fragancia. Pronuncia un nombre: masdevallia rosácea. Caldas, que hace poco ha cumplido cuarenta y ocho años, ahora quisiera estar sometido al aroma de una orquídea. No hay mayor deleite que esta breve posesión de la belleza capaz de justificar los actos de un hombre, se dice. Y en tanto huele la flor, escucha el palpitar de su sangre que concuerda con el ritmo de la tierra
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