Epicuro fue el primer gran filósofo de la laicidad; aunque jamás negó la existencia de los dioses, aseveró que las personas debían comprometerse con su bienestar y existencia mediante las propias fuerzas físicas e intelectuales, sin esperar bienes ni males de la divinidad. Es más, pensaba que vivir una vida plena y feliz haría de cada uno un dios, cuando menos en un sentido metafórico, pero para ello era preciso seguir pautas sanas basadas en las relaciones de amistad, respeto y mesura, algo cuya fórmula ofrecía la práctica de la filosofía.