El ejército humano, ávido de dominación, iba sembrando cadáveres de todas las especies en la tierra, cavando zanjas profundas para extraer la savia de las rocas. Incluso en el desierto trazaba sus carreteras. Aquella cuadrilla hincaba sus banderas en las madrigueras y esculpía con cincel sus leyes sobre la antigua ley de la naturaleza.