Versión poética:
MISERERE MEI DEUS, SECUNDUM MAGNAM
MISERICORDIAM TUAM
Señor, ¡misericordia! a tus pies llega
el mayor pecador; mas ya contrito,
que a tu infinita paternal clemencia
pide humilde perdón de sus delitos.
Perdónale, Señor, oye piadoso
el doliente clamor de mis gemidos,
según la multitud de tus piedades
lava las manchas de mis muchos vicios.
Lávalas, mas Señor, haz que tu sangre
borre, y no deje más de mis delirios
que tu gloria de haberlos perdonado,
y mi dolor de haberlos cometido.
Conozco mi maldad, veo que es grande,
que no puedo ocultármela a mí mismo,
y sé que si tu sangre no la borra,
ha de ser para siempre mi suplicio.
Pequé, pequé, mi Dios, en tu presencia,
osado te insulté, fui tu enemigo,
mas perdón, justifica tus promesas,
y venza la piedad en tus juicios.
Sé que soy delincuente, ¿mas qué mucho?
si vengo de un origen tan indigno,
si nací de mi madre en el pecado,
y de un semen infecto y corrompido.
Mas tú que la verdad amas piadoso,
te has dignado mostrarme compasivo
de tu sabiduría los decretos,
y de la confesión el beneficio.
Allí me rociarás con el hisopo,
con la sangre preciosa de tu Hijo
me lavarás, y quedaré con ella
más blanco que la nieve y el armiño.
A mi oído también darás entonces
con tu perdón consuelo y regocijo,
y mis huesos exánimes y yertos
serán ya de tu cuerpo miembros vivos.
Aparta, pues, tu vista de mis culpas,
vuelvan tus ojos a mirar a Cristo,
y lávame, Señor, con esa sangre,
que pródigo derramas hilo a hilo,
Un puro corazón crea en mi pecho,
y tan puro que sea de ti digno;
mi espíritu renueva, y haz que sea
tan recto como injusto fue el antiguo.
No me arrojes, Señor, de tu presencia
que eres nuestra salud, guía y camino,
alúmbreme tu luz, y no me quites
de tu Espíritu Santo el dulce auxilio.
Vuélveme a la alegría de tu gracia,
vuelve a reconocerme por tu hijo,
confírmame en tu amor, y que ya siempre
te sirva fervoroso y sometido.
Tu santo nombre alabarán las gentes,
tus sendas mostraré yo a los inicuos,
y admirando tu gran misericordia,
se te han de convertir aun los impíos.
Oh Dios de mi salud, Dios de clemencia,
líbrame del mortífero atractivo
de la carne y la sangre, y tu alabanza
mi lengua entonará todos los siglos.
Tú, Señor, abrirás mi torpe labio,
este labio, que tanto te ha ofendido,
mas ya ferviente cantará tu gloria
con cánticos amantes, gratos himnos.
Porque si tú quisieras otra ofrenda,
ninguna te negará el ardor mío;
pero no quieres tú más holocausto
que un puro amor, un ánimo sumiso.
Un espíritu fiel y atribulado
para ti es el más digno sacrificio,
y nunca has despreciado los clamores
de un corazón humilde y compungido.
Señor, pues amas y deseas tanto
salvar a tu Sión, dispón benigno,
que en la inmortal Jerusalén de mi alma
se labre de tu amor el edificio.
Aceptarás entonces las ofrendas,
los holocaustos que te son debidos,
y de tu altar mi corazón pendiente,
arderá en incesante sacrificio.