Saber que cada vez que estuviera despierta también él lo estaría me hacía sentir menos sola. Los últimos dos interminables años, me tumbaba en la cama preguntándome si él estaría despierto. Segura de que lo estaba. Segura de que, si solo pudiera llegar a él, se correría y dejaría que me acurrucara al lado suyo y de su trabajo. Hasta hoy, nada me reconfortaba más que el olor a papel y tinta