Laura Freixas

Ahora busco a mi hija, con mi rencor y mi ternura; porque ¿dónde sino en ella puedo ponerlos?

Mi madre era una mujer bellísima (tenía unos hermosos ojos «color del tiempo».

Una de las cosas bonitas de este nuevo impulso feminista es cómo nos ha permitido revisar experiencias y actitudes de nuestro pasado y resignificarlas para entendernos a nosotras mismas, pero también entender a nuestras madres, a nuestras abuelas.

Yo reivindico que las mujeres creemos una genealogía propia. Es necesario retar las convenciones y crear un nuevo discurso. Es preciso quitarle el María a Pandora, a Eva, a Helena, a Dalila, a Lucrecia… Rescatar sus nombres a secas, eliminando las cargas de servidumbre que transmiten la tradición religiosa y la oscura tradición patriarcal.

Porque ¿cómo se atrevía aquel hombre a plantearme algo así, a mí, que estaba en la universidad, que era una buenísima alumna que había empezado la carrera con unas notas impresionantes, que apenas había comenzado a descubrir lo que eran las relaciones físicas porque a lo que me había dedicado toda mi vida era a estudiar? ¿Qué le hizo pensar que podía estar interesada? ¿Cómo se atrevía?

A la edad que yo tenía por entonces ya se sabe lo que es oír frases «lisonjeras» por la calle, que nos toquen el culo en el metro atestado de la mañana, que algún profesor se tome un interés muy especial por lo que decimos y por lo que llevamos puesto. Ya se sabe lo que es tener que moverse con discreción para que una mano «amistosa» deje de estar sobre una de nuestras rodillas. A las mujeres nos pasan esas cosas. A los hombres no.

De modo que le dije que no moviendo la cabeza. No, gracias. Con media sonrisa. No. No me interesaba. Como si me estuvieran ofreciendo por teléfono la posibilidad de comprar un apartamento baratísimo en Torrevieja, Alicante. No. Gracias. No. No me interesa…

La educación y las maldades de la amabilidad y de la cortesía, con todas sus consecuencias. La educación que a ellas les asigna la espera y a ellos, el ataque.

Que a ellas les impone el recato y a ellos, la travesura.

No le dije nada a nadie. Una de las mayores bazas con las que siempre han contado el miedo y quienes lo imponen es la de la vergüenza del atemorizado, su pudor, su sensación de culpa.