Su rostro era monstruoso, y ella era un ángel. La posibilidad de que pudiese sentir algo por él era tan increíble que no podía siquiera considerarla; pero, a veces, cuando la sorprendía observándolo, cuando la distinguía en la distancia pendiente de sus movimientos como una loba con sus crías, cuando recordaba la dulzura de su cuerpo, entonces, que Dios se apiadara de él, se permitía pensar que era posible.