—Quizá sabía que, de lo contrario, su tercera le habría partido las piernas —responde Amaltea.
A pesar de todo, se ríen; encuentran la forma de hacerlo.
—Creo que dejé de ser tercera de nadie hace un tiempo.
—No es verdad —responde Elara, todavía con una sonrisa.
Algo se prende en mi pecho, y es una sensación extraña, revestida de pena por lo que sospecho que estoy perdiendo, llena de dicha por lo que parece que estoy ganando.
Asiento, a falta de más palabras, y ninguna tiene que decir nada más, porque todas entendemos.