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Anna-Marie McLemore

  • Michelle AMhas quotedlast year
    Del dolor en el cuerpo que sentía como algo a lo que aferrarse y no algo que deseaba que se le pasara.
  • Michelle AMhas quotedlast year
    Nunca se libraría de ello. Ni de una mínima parte. De cómo la deseaba de una manera que le dolía tanto como la opresión en los pulmones del agua fría, una desesperación por inhalar que solo igualaba la imposibilidad de hacerlo.
  • Michelle AMhas quotedlast year
    La forma en que la amaba era suya, aunque Miel no lo fuera.
  • Xime Zenonhas quotedlast year
    Temían que, si no trataban bien a las cosas hermosas que crecían de forma salvaje, sus propias granjas se marchitarían y morirían.
  • Xime Zenonhas quotedlast year
    La sensación de la niña de que la luna se le había escapado parecía encerrada en un rincón tan profundo dentro de ella que para encontrarlo había que abrirla en canal.
  • Xime Zenonhas quotedlast year
    Sin embargo, esa era la razón por la que Sam pintaba sombras y mares lunares en papel, metal y cristal, la razón por la que copiaba las sombras del Mare Imbrium y el Oceanus Orocellarum, para devolverle la luna.
  • Xime Zenonhas quotedlast year
    Sam había colgado una cadena de ellas entre sus casas, algunas tan pequeñas como las palmas de las manos y otras tan grandes como para llenarle los brazos. Iluminaban la tierra y la hierba silvestre. Estaban arropadas por los árboles y cada una emitía un anillo de luz lo bastante amplio como para tocarse con el de la siguiente, para que nunca caminara en la oscuridad.
  • Xime Zenonhas quotedlast year
    Solo recordarían que los llamaban Miel y Luna, una chica y un chico entretejidos en el folclore del lugar.
  • Dianela Villicaña Denahas quoted2 years ago
    Entre ellos había un chico al que llamaban Luna porque siempre pintaba mares y sombras lunares en cristales, papeles y en cualquier superficie que pudiera hacer brillar
  • Dianela Villicaña Denahas quoted2 years ago
    Después de ese día, todos los que no habían estado en la torre de agua pensaban que era igual que cualquier otra niña, apenas diferente del chico con el que siempre estaba. Sin embargo, si se fijaran bien, verían que siempre tenía el dobladillo de la falda un poco húmedo, que nunca se secaba del todo por mucho que el sol lo calentara
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