En ese propósito, la lengua árabe adquiere, al menos para mí, una importancia vital. Es una lengua que ha acogido una serie de hitos de lo más emocionantes durante los últimos mil quinientos años. La continuidad, solidez, variedad y riqueza del árabe y de su legado literario han sido tan imponentes como los monumentos del Antiguo Egipto y las fabulosas mezquitas del islam medieval. Los complejos y variados usos del árabe constituyen, para mí, una especie de cuerda salvavidas que me ha proporcionado la seguridad de un anclaje estable y la fluidez de un potencial abierto. Escribir en árabe, participar de su continuidad y su riqueza, me hace sentir menos alienada, menos confusa, menos huérfana.