Las heridas de la niñez o los errores que mis padres hayan cometido no fueron en contra mía, si acaso contra ellos mismos; eran producto de los sufrimientos que arrastraban, de los monstruos contra los que habían luchado a lo largo de su vida, haciéndolo a veces mejor y otras con recaídas. Ni modo, ¿quién en su juventud no dejó su cuerpo abrasar? A todos de alguna manera nos han incendiado las brasas de las pasiones, los errores, la inexperiencia, los dolores y los sufrimientos: los propios y los ajenos, las memorias heredadas, las impuestas por los que nos antecedieron y las que nosotros mismos nos hemos impuesto.