Jorge F. Hernández

la alquimia de presentar a dos amigos sin saber si han de triangular la amistad entre ellos o multiplicarse en afecto es equivalente a poner un libro en manos de alguien a quien la lectura bien puede cambiarle la vida o por lo menos, aliviarle el ánimo.

Digamos que así podría diseñarse la portada para esta novela: una buena fotografía en blanco y negro de dos individuos, sentados uno al lado del otro, en medio de una multitud o en medio de la nada

Don Evaristo impuso en las tres comidas un rito de servilismo imperdonable: nadie podía hablar hasta que él y solo él les dirigiera la palabra.

Evaristo creía honrar sus delicias con el invento de los menús inamovibles,

Nada y nadie sinónimos de su silencio siniestro.

¿Pasó algo con un obrero, papá? Y que reacciona el patriarca con Nadie está diciendo nada de eso. De ninguna manera… Y

Como todas las mujeres del mundo, en algún momento de su existencia, Catalina Equis supo que era la mujer más bella del planeta.

Instantes de conciencia y reconocimiento, a solas en un bosque, a solas en medio de una multitud… callados momentos, vistos y no vistos.

Llevaban toallas como si no las hubiera en Europa y sedas en mascadas, gasnés o corbatines que bien podrían haber comprado al otro lado del océano y, a decir verdad, no llevaban absolutamente nada boliviano.

hay explicación racional para justificar que al fondo se escucha una milonga en guitarra de siete cuerdas. Una lánguida musiquita que ni es boliviana pero que se filtra como aroma de florecillas pequeñas