Sólo entonces empecé a darme cuenta de que asumir la finitud del tiempo de que disponemos puede ser un regalo. Una vez que a mi padre le comunicaron su diagnóstico, al principio siguió con su vida cotidiana como siempre –su trabajo clínico, sus proyectos benéficos, sus partidos de tenis tres veces por semana–, pero la repentina conciencia de la fragilidad de su vida redujo el ámbito de su interés y modificó sus deseos, tal y como pronosticaba el estudio de Laura Carstensen sobre los puntos de vista