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Magdalena Tulli

Zapatos de tacón italiano

  • Tess Pedrohas quoted3 years ago
    El día que perdí la llave fue el comienzo de muchos otros problemas, totalmente nuevos. Al principio me alegré de haber dejado atrás los viejos, que conocía demasiado bien. Pero mi alegría duró poco, ya que enseguida resultó que los problemas tiraban de mí y que por el camino cambiaban su talla por una mayor. Siempre estaban confeccionados con demasiada holgura.
  • Tess Pedrohas quoted3 years ago
    La humillación, igual que cualquier otra cosa, debería tener unos límites. Debería prescribir, ya que hasta los asesinatos prescriben a los treinta años.
  • Tess Pedrohas quoted3 years ago
    Tras la guerra, una enorme oleada de cartas atravesó nuestro país. Olas más pequeñas se desprendieron de la corriente principal en busca de direcciones inexistentes y destinatarios difuntos; perseguían a los que habían cambiado su lugar de residencia por propia voluntad o en contra de la misma, los que se habían trasladado a otras ciudades o incluso muy lejos al este, casi hasta Siberia —aunque en estos casos extremos la carta se rendía enseguida—. Guiándose por una lista secreta de destinatarios y remitentes sospechosos, había que ir sacando las cartas más peligrosas, ponerlas a un lado y entregárselas a un hombre con abrigo de cuero
  • Tess Pedrohas quoted3 years ago
    Pero la vida no son más que continuaciones sin ningún comienzo, viejos hilos atados unos a otros, arrastrados desde no se sabe dónde, hacia no se sabe dónde. El principio está allí donde clavamos la banderola, hasta que alguien se la lleva y la clava en otro lugar.
  • Tess Pedrohas quoted3 years ago
    Pero la vida no son más que continuaciones sin ningún comienzo, viejos hilos atados unos a otros, arrastrados desde no se sabe dónde, hacia no se sabe dónde. El principio está allí donde clavamos la banderola, hasta que alguien se la lleva y la clava en otro lugar
  • Tess Pedrohas quoted3 years ago
    Nuestro país tiene esa particularidad: nunca gana. Y de algún modo ya entonces lo notábamos a través de la piel. Nunca gana, pero, tal y como nos sugerían con insistencia en el parvulario, lo amábamos más que a nuestra propia vida. Por alguna razón ya entonces sospechábamos que negarnos a ello quedaba descartado
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