Cuando tengamos que hablar en público y eso nos suscite algún temor, podemos sacudírnoslo pensando que nuestra imagen —basada en logros o habilidades— no es importante. Podemos visualizarnos allí, en el escenario, frente al público, haciéndolo mal, muy mal, para acto seguido preguntarnos:
«No ha salido bien, pero ¿aún puedo ser feliz?»